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Terapia Evolutiva
Transpersonal

ESTER TORRELLA

La Naturaleza, mi gran maestra

  • Foto del escritor: Ester Torrella
    Ester Torrella
  • 28 abr 2020
  • 3 Min. de lectura
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La Naturaleza es mi gran maestra, la única que me ofrece un modelo completo y perfecto en sí mismo, libre de opiniones convenientes y de verdades interesadas. Un modelo donde abismarme para conocer quién soy en realidad y cuál es mi verdadera función en el entramado de la vida. Contemplarla, me conduce de vuelta a casa y me nutre la inteligencia del corazón, aquella capaz de percibir otras realidades más allá de la literal, sin excluir ninguna. La que me conecta con otros niveles de conciencia donde la separación entre el dentro y el fuera, simplemente, no existe. Nada empieza ni termina en la creación, todo fluye en un único gran movimiento de transformación permanente que carece de principio y de final.


Siento el deseo de dialogar con este término, separación. Quizás porque, en estos momentos cruciales que estamos viviendo, se ha convertido en un hecho literal. Tengo curiosidad para ver hacia dónde me conduce.


Nacemos a la vida libres, siendo pura conciencia universal; uno en el Uno. Sin embargo, empezamos muy pronto a establecer límites a esta conciencia de unidad, trazando una frontera entre el dentro y el fuera, entre el yo y todo lo demás. La sociedad y cada uno de los diferentes grupos humanos que la conforman, desconectados a su turno de la fuente original, nos empujan a ello.

Hasta el momento, salvo valiosas excepciones, la educación ha priorizado el valor de hacer y de tener por encima del valor de ser, al que ha condenado de por vida al más alto ostracismo. Prueba de ello es que solemos hacer alusión a lo que tenemos cuando nos preguntan acerca de quiénes somos. Nuestro valor de ser se confunde con los títulos, la familia, los éxitos profesionales, nuestra forma física, solvencia económica, etcétera.

Así, doblegando el alma de cada individuo y adormeciendo su espíritu, es como se forja una sociedad con predominio de egos individualistas y competitivos que se vinculan a través de la rivalidad, el abuso, el sometimiento, el todo-vale-a-cualquier-precio para alcanzar y mantener el poder.


La situación actual nos invita a reflexionar. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? La naturaleza integra, no separa. Las diferentes especies conviven entre ellas sabiamente distribuidas por grupos de afinidad, manteniendo siempre estable la perfecta proporción del conjunto. La belleza, la paz, la armonía que emana de un paisaje tiene que ver precisamente con esta proporción. La diversidad está siempre presente, miremos donde miremos, y las diferentes formas se vinculan entre ellas por lo que son. Una red invisible, tejida con puro amor, da coherencia a un sistema que se renueva y regenera a sí mismo permanentemente gracias a su íntima relación de interdependencia. ¿Podemos mirarnos en este espejo sin sentir la punzada del dolor de la desconexión?


Para integrarnos de nuevo en el modelo vincular que nos propone la naturaleza es imprescindible, en primer lugar, que sepamos quienes somos, no sólo en el sentido físico o temperamental, sino también que conozcamos nuestras capacidades y talentos, aquellos que nos conducen hacia el conocimiento de cuál es nuestra función más elevada a la hora de servir mejor a los intereses del grupo. Estableciendo analogías a modo de ejemplo, se trataría de saber si somos manzanos, cerezos, perales, etcétera. Lo sabremos cuando vivamos en una perfecta alineación entre lo que sentimos, hacemos y pensamos, es decir, cuando nuestras acciones sean consecuencia directa de la unión entre la mente y el corazón. Entonces ya no tendremos necesidad de juzgar, comparar o competir. La soledad, la confusión, la duda o la rabia, cederán paso a la alegría, la paz, la amabilidad y la simplicidad. Practiquemos pues el arte de conectar con todo aquello que hace sonreír al corazón y amemos la vida que somos con intensidad y pasión.


 

 
 
 

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