No podemos equilibrar lo que no sabemos que está en desequilibrio.

​

En el estado de salud hay silencio. Lo hay  porque no se generan las fricciones y las resistencias propias del estado de separación entre el cuerpo, la mente y el espíritu. Los tres aspectos interactúan y evolucionan como un todo armónico, atentos a cumplir con las sabias directrices de tu sistema de regulación interno, que evoluciona en completa sintonía y coherencia con el gran sistema de regulación del cosmos. 

​

Durante tu periodo de educación no te enseñaron a conocerte sino a desarrollar habilidades para encajar en estructuras sociales más allá de tu individualidad: familia, sociedad, cultura, etcétera. Por este motivo, para asegurarte el reconocimiento y la pertenencia al grupo, acabaste por integrar el valor de hacer por encima y a mucha distancia, del valor de ser, perdiendo así tu innata capacidad y tu libre pensamiento para discernir entre aquello que te nutre y te expande de lo que te intoxica y debilita.

​

Sin ni siquiera darte cuenta renunciaste a tu libertad de ser lo que eres en realidad. La libertad es un don que te pertenece por derecho propio.  

Sin saberlo, entregaste tu esencia al deseo de otros a cambio de una ilusoria promesa de protección, éxito y seguridad.

​

Sostener las tensiones internas y las contradicciones que continuamente te polarizan entre lo que de verdad sientes y lo que terminas por hacer, acaba por romper, antes o después, el perfecto equilibrio armónico de tus mecanismos innatos de autorregulación.

​

El trastorno o la enfermedad son los testigos directos que denuncian a gritos esta ruptura. 

Ahora tienes el derecho, la oportunidad y el tiempo para repararla. Nunca es tarde para empezar. 

​